domingo, 16 de septiembre de 2007

¿Por qué morimos?

En una entrada previa daf-2 fue acusado de gen asesino por interrumpir los mecanismos de mantenimiento celular y conducirnos a todos los animales a una muerte prematura. Este juicio ha sido apresurado e injusto. Es cierto que este gen acelera la muerte, pero, paradójicamente, su función es permitirnos vivir y reproducirnos. Esta argumentación puede, a priori, parecer un sin sentido, pero no se puede entender el papel de este gen asesino sin comprender antes por qué morimos.


A la cuestión anterior se suele responder con ligereza, morimos por el hambre, la enfermedad, la violencia, etc. Y, tal vez, para evitar estas respuestas apresuradas deberíamos replantear la pregunta, lo que buscamos es la causa última, ¿por qué la selección natural no produce animales inmortales? ¿Por qué los procesos de selección capaces de hacer evolucionar cámaras como los ojos o bombas como el corazón no han acabado con la vejez y la enfermedad?



Imaginemos que una mutación en un gen X genera una nueva copia capaz de conferir un año extra de vida a su portador. Este individuo tendría un año más de vida para reproducirse y repartir esta afortunada mutación. Con el tiempo el cambio quedaría fijado en la población, puesto que todos los individuos serían portadores de tan ventajosa mutación. ¿Por qué este proceso no se a repetido una y otra vez hasta conseguir animales cada vez más longevos? La respuesta es simple, no se ha creado un gen capaz de conferir tamaña vitalidad porque este gen no puede existir en un animal real. En la naturaleza las vacas no son esféricas, digan lo que dian los matemáticos, y los animales están sujetos a diversas restricciones.


Un animal es una máquina capaz de conseguir una cantidad de alimentos limitada. Estos recursos puede invertirlos en diversas partidas: mantenimiento y reparación de averías, reproducción y búsqueda de nuevo alimento. Para ser inmortal habría que aumentar la energía destinada a la reparación del desgaste causado por el tiempo. Ya conocemos un gen, daf-16, encargado de activar el mantenimiento de las proteínas celulares, de luchar contra los microbios y de reparar de los daños causados por la oxidación. Al activar estos mecanismos la célula se mantiene joven, pero también se consume energía, lo cual redunda en que la partida destinada a la reproducción se vea mermada.


Puede que no fuese un problema grave tener alguna dificultad durante la reproducción, si a cambio obtuviésemos una vida más longeva aumentando por tanto las oportunidades de reproducirnos. Podrían pues aparecer mutaciones que desviasen más energía a la reparación de las averías, dificultándose, como consecuencia, la reproducción durante ciertos periodos de carestía. Esto, podría suceder y, de hecho, sucede, pero existe un límite que no se puede rebasar impuesto por una eventualidad que no hemos tenido todavía en cuenta.


Calcémonos las botas de demiurgo y creemos un mutante prácticamente indestructible e inmortal, con unos sistemas de reparación hiperdesarrollados. A su lado situaremos a un competidor más enfermizo pero capaz de invertir más energía en la reproducción. En una época de vacas flacas, mientras el enfermizo se reproduce y va envejeciendo el mutante se mantiene joven y estéril a la espera de tiempos mejores. Llegados estos tiempos ambos individuos se reproducirán y el enfermizo acabaría por morir mientras el mutante continuará sano. Pero empeoremos las perspectivas de nuestro sano mutante situándolo al borde de un precipicio, una guerra o una hambruna. En cualquiera de estos casos fallecerá tal y como lo haría cualquier otro hijo de vecino. Mientras el enfermizo se reprodujo, distribuyendo sus genes, antes de sufrir las consecuencias de la guerra o la caída, el mutante sano no se habrá reproducido y por lo tanto sus genes se perderan.



La selección natural a creado seres enfermizos, pero capaces de reproducirse rápidamente. Esta es la causa última de la enfermedad y la muerte, no se puede dedicar demasiada energía a mantenerse sano para siempre, relegando la reproducción a un segundo plano, porque durante la juventud podríamos sufrir un accidente que nos impidiese tener descendencia.



Todas estas disquisiciones no son más que palabrería sin un modelo matemático que las justifique y unas observaciones experimentales que las apoyen, pero no dejan de ser bastante razonables. Esta no es una cuestión zanjada y lo expuesto no es más que una teoría razonable y es necesario andarse con pies de plomo en estos temas, porque la mayoría de las teorías, por muy razonables que sean son falsas. Recomiendo al lector interesado que se encamine al artículo de la wikipedia en el que se explican esta teoría y otras alternativas.



Ahora ya podemos hacernos una idea del papel de daf-2, el gen asesino. Su misión es evitar que el individuo destine demasiados recursos a mantenerse sano cuando no hay energía suficiente. Sin este gen durante un periodo de carestía podríamos quedar estériles e incuso morir de hambre. Sin daf-2 los tejidos se repararían continuamente y nos mantendríamos jóvenes, pero moriríamos al consumir todas nuestras reservas energéticas.


No sé lo que pensará usted, pero a mí se me entristece un poco darme cuenta de que cuando falta energía los genes deciden cortar la reparación de mi cuerpo antes que abandonar la posibilidad de reproducirse. Esto tiene toda la lógica cuando se interpreta desde la visión del gen egoísta, pero dado que yo también soy egoísta este abandono del soma, de nuestro cuerpo, frente al mantenimiento de las células reproductoras me ofende. Eso sí, dándole la vuelta al razonamiento, me alegra que la reproducción de mis antepasados no se detuviese a pesar de que tuviesen que pagar con sus vidas.

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miércoles, 12 de septiembre de 2007

Acariciando fantasmas

En previas entradas vimos cómo amputar o generar miembros fantasma, para acabar esta serie propongo que los acariciemos. En teoría, no debiera poderse tocar un pie que ya no existe, un pie que ha sido amputado, pero no olvidado. Podemos aceptar que Lord Nelson sintiese todavía como suyo un brazo perdido en Santa Cruz de Tenerife, pero ¿cómo vamos a rozar físicamente el recuerdo de un pié que ya no existe? De nuevo será, V. S. Ramachandran, el director del Instituto del cerebro y la cognición de la Universidad de California, quien nos guíe en este viaje a nuestro propio cerebro. En el camino, además, conoceremos a Penfield, un hombrecillo que habita en nuestras cabezas y daremos cuenta de orgasmos sentidos con los pies.



California, años 90 del siglo XX, un paciente, con los ojos vendados y sin brazo izquierdo, está siendo tocado por el doctor Ramachandran en distintas partes de su cuerpo. Al tocarle su hombro, responde, está tocandome el hombro, al tocar la barriga, me presiona usted la barriga doctor. Hasta aquí nada extraño, pero cuando le rozan su labio superior, oh, doctor, me hace cosquillas en mi pulgar fantasma. ¿Qué tienen que ver los labios con los pulgares? ¿Por qué este paciente siente que le tocan un dedo que ya no tiene cuando le acarician los labios? Para poder desentrañar el misterio hay que hacer primero un viaje a la corteza de nuestro cerebro.


Concretamente debemos dirigirnos al gyrus postcentral. Para hacernos una idea de dónde está esta región nada maś sencillo que proveerse de un rotulador de punta gruesa y trazar una línea desde la punta de una oreja a la otra. Es aquí donde el cerebro organiza las señales que le llegan desde la piel. Cuando algo nos toca el hombro, un grupo de neuronas de esta zona se enciende para indicarlo. De hecho, no es necesario que alguien nos toque el hombro para que lo sintamos, simplemente hay que estimular el punto exacto del cerebro.


El descubridor de esta región fue Wilder Penfield, un neurocirujano canadiense que realizó numerosas operaciones con el cerebro abierto y anestesia local, similares a las que vimos en el caso de las presencias amenazantes. Al estimular distintos puntos de la corteza con una punta eléctrica los pacientes relataban estar siendo tocados en distintas partes de su cuerpo, en la cara, la lengua, los pies o las rodillas. Penfield se dio cuenta de que distintas áreas del cerebro representaban distintas partes del cuerpo. La representación de la boca y la lengua está cerca nuestras orejas reales y al ir subiendo por la cabeza nos encontramos con las manos, el tronco, el pie y los genitales. Al dibujar los brazos, las piernas y el resto de partes del cuerpo sobre las regiones que los cartografiaban en el cerebro apareció un pequeño ser humano recostado sobre la superficie de nuestro cerebro. A este individuo se le denominó homúnculo de Penfield y constituye es una representación topológicamente, más o menos correcta, de nuestro cuerpo.


En este mapa, la representación de la cara está junto a la de la mano, por eso el paciente sentía que le tocaban los dedos al acariciarle los labios. En este momento veo a una parte de los lectores señalándome con sus dedos acusadores por haber dicho una estupidez. Todo el mundo lleva un pequeño señor acostado entre sus orejas con las manos cerca de los labios, pero no por ello sentimos que nos han besado los labios cuando sólo nos besaron la mano. Es cierto, no lo hacemos, pero hay que recordar que el paciente no tenía brazo y, por lo tanto, las señales eléctricas que debían circular desde el brazo a la representación del miembro en la cabeza faltaban. Cuando una región cerebral deja de alimentarse de las señales que normalmente le llegan tiende a ser invadida por las señales de las regiones vecinas. De modo que, al tocar los labios del paciente una señal sale disparada hacia el cerebro y una vez allí además de activar la región que inerva normalmente, actúa también en la zona vecina, la correspondiente a la mano fantasma, haciendo sentir al individuo que le han rozado la mano, cuando sólo su labio ha sido estimulado.


Ramachandran cuenta que al poner hielo en la cara del paciente el dedo gordo fantasma se le enfriaba y que al dejar que una gota de agua se pasease por sus labios el paciente descubrió alarmado que la gota le subía por el brazo, desafiando la ley de la gravedad.



En el estupendo Fantasmas en el cerebro el investigador relata la llamada telefónica de un avergonzado ingeniero de Arkansas. ¿Doctor? ¿Sí?. He leído en el periódico acerca de su trabajo y me preguntaba si podía hacerle una consulta. ¿Cómo no, adelante? Hace unos meses perdí una pierna por debajo de la rodilla y ahora cada vez que realizo el acto sexual siento cosas en mi pie. No se preocupe, en el cerebro los mapas que representan los pies y los genitales están muy próximos y puede que a causa de sus accidente las señales que se originan en los genitales acaben en el mapa cerebral de los pies. Sí todo eso está muy bien, pero usted no lo entiende, ahora siento los orgasmos también a lo largo de todo el pie y son enormes

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domingo, 9 de septiembre de 2007

Muérete gusano, dijo el gen

Un ser vivo es una máquina bien engrasada con un objetivo claro, vivir lo máximo posible para poder reproducirse. Cada pieza del organismo cumple una función al servicio de su propietario. Los ojos sirven para ver, las manos para agarrar y cada minúsculo detalle trabaja por el bien del individuo. Sólo cuando estas piezas, con el tiempo, empiezan a fallar aparecen la enfermedad y la muerte. Es el desgaste de la máquina el que acaba por producir la muerte. Pero, ¿es todo esto realmente cierto? Si lo es, ¿cómo es posible que se hayan encontrado genes que al romperse aumentan la vida de sus portadores? Lo normal es que cuando un gen falla, cuando una pieza del individuo se estropea, una enfermedad aparezca. Pero, prácticamente en todos los animales en los que se han buscado, hay genes que no causan enfermedad cuando se rompen, causan vida, salud y juventud. Estas insidiosas piezas se han estudiado en gusanos, moscas y ratones, y hay indicios de que también puedan funcionar en humanos. Son una especie de bomba de relojería interna y cuando son destruidos la esperanza de vida puede llegar a multiplicarse por seis.



En 1990 Cinthya Keynon, una investigadora de la Universidad de California se preguntó, ¿por qué un rata vive 3 años mientras que una ardilla, que es fisiológicamente muy similar, es capaz de aguantar 25? ¿Hay algún gen que condene a la rata a una tumba prematura? Para buscar la respuesta recurrió a Caenorhabditis elegans, un gusano habitante de la materia orgánica en descomposición. Lo bueno de trabajar con este titán microscópico de 1000 células y 20000 genes, en vez de con humanos, es que nadie se queja cuando se le mata y además son bichitos muy sencillos, lo cual facilita la investigación. La metodología que aplicó fue la habitual, romper todos los genes del organismo de uno en uno. No sé si los biólogos rompen más platos que el resto de los mortales, pero cuando se les pone en un laboratorio no dejan gen en cromosoma.


Lo que encontró fue sorprendente, al inactivar el gen daf-2 el gusano no sólo no vivía peor sino que se mantenía joven mucho más tiempo y duplicaba su esperanza de vida, de dos a cuatro semanas. Se había encontrado una especie Jack el Destripador genético, una pieza de la maquinaria celular que destruye al organismo cuando se activa. ¿Será este un gen asesino?


Se necesitó trabajar durante años para encontrar otro gen, daf-16 que funciona de modo opuesto al presunto asesino. daf-16 funciona activando a unos 100 genes que mantienen las células sanas y al organismo saludable. Entre estos genes salutíferos hay antioxidantes, agentes antimicrobianos y proteínas carabina, encargadas de velar por la integridad estructural del resto de proteínas. Este daf-16 es, de hecho, el quid de la cuestión, puesto que la función del asesino daf-2 es detener a esta fuente de salud que representa daf-16. Los dos forman una especie de Yin-Yang genético.
La investigación en el gusano continuó y el récord de longevidad actual se encuentra en multiplicar por 6 su vida, lo cual en términos humanos sería equivalente a vivir unos 400 años. Si Newton o el Cardenal Richelie hubiesen sido gusanos, también en el sentido literal, todavía estarían coleando por aquí.



A estas alturas usted puede estar pensando, todo esto está muy bien, pero yo no soy un gusano, ¿qué hay de lo mío? Genes similares en secuencia y función a esta pareja se han encontrado en la mosca de la fruta y ratones. Concretamente a las moscas se les pudo hacer vivir un 80% más y a los ratones un 26%. ¿Y a las personas? Nadie va destruyendo genes humanos para investigar así que los datos en humanos son exiguos. Buscando en los judíos Askenazi centenarios se ha encontrado una alta frecuencia de una mutación en el equivalente humano de daf-2. Al parecer también en nosotros podría estar hacendo tic-tac una bomba de relojería similar, un gen cuya función nos va arrastrando a la tumba, paso a paso. Si es así desactivándolo se podría conseguir un aumento en la esperanza de vida, aunque seguramente este incremento sería mucho más modesto que el conseguido por el gusano. Algunos investigadores son pesimistas y avisan que puede que la fisiología humana sea lo suficientemente distinta de la de los ratones, moscas y gusanos como para que no se consiga ningún aumento en la calidad de vida deteniendo estos genes. La investigadora que realizó la investigación en gusanos no está tan segura y ha fundado una empresa, Elixir Pharmaceuticals, que actualmente está estudiando una droga inhibidora del equivalente humano del gen asesino. Tal vez en un futuro cercano haya disponible una pastilla capaz de regalarnos algunos años.



Comenzamos esta entrada pensando que todo en el individuo trabaja para que éste funcione perfectamente, pero hemos encontrado una minúscula pieza que, según toda la evidencia disponible, conspira para acabar con su dueño. ¿Es posible que la selección natural haya permitido un fallo semejante? ¿Hay realmente un gen asesino dentro de nosotros matándonos poco a poco? ¿No se suponía que los defectos en los seres vivos desaparecían a lo largo de la evolución porque no eran competitivos? ¿Cómo es posible entonces que este gen asesino haya perdurado, cómo es que uno de nuestros abuelos no lo perdió, vivió más años y tuvo muchos hijos mientras tanto? Damas y caballeros del jurado, a pesar de toda la evidencia presentada por el ministerio fiscal me propongo demostrar que daf-2 no es un mal tipo. Es cierto que creció en un barrio duro y que sufrió todo tipo de necesidades, pero tiene buen corazón y, como todos los demás genes, trabaja por nuestro bien, aunque a veces no parece que lo consiga. Para explicarles el asunto primero debemos averiguar porque mueren los seres vivos, porque la selección natural no ha creado ningún individuo inmortal, y esto nos va a llevar un tiempo, por ello solicito un aplazamiento de la vista hasta una próxima entrada.



Antes de cerrar del todo quisiera recordar que la idea para esta entrada se la debo mi podcast favorito, radiolab, y el grueso de la información la he encontrado, en el laboratorio de Cinthya Keynon y en la wikipedia (faltaría más).

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miércoles, 5 de septiembre de 2007

Gengis kan, el emperador de las mujeres

Aunque Gengis Kan significa, en lengua mogol, "el emperador de todos los hombres", más que a los hombres este señor a lo que se debió dedicarse con fruición fue a las mujeres. De otro modo no se explica que se convirtiese en el Padre de la Nación. Y por padre no nos referimos a que inspirase ideas o que unificase territorios, sino a un padre en el sentido biológico. Concretamente, se estima que el 8% de los hombres, que viven hoy en día en la región ocupada por el imperio Mongol, son descendientes por línea paterna del viril príncipe, lo cual representa uno de cada 200 hombres vivos en todo el mundo. Este dato no se ha publicado en un periódico amarillista sino en una de las más prestigiosas revistas de genética humana. Dado que me confieso incapaz de imaginar qué portentosas cualidades físicas permitieron a Gengis Kan convertirse en el padre más exitoso de la especie humana, me dedicaré a la más humilde labor, de explicar como se les puede seguir la pista a los descendientes de un señor que vivió hace casi mil años, sin acudir a un registro civil que, por aquel entonces, todavía tardaría siglos en ser creado. De hecho, es tan sencillo localizar a los descendientes, que incluso usted puede confirmar si esas ganas de acribillar a los vecinos, que de vez en cuando le asaltan, son debidas a que también es hijo de Gengis Kan.


La técnica se basa en estudiar el cromosoma Y recuerda a la ya vista para el caso de las genealogías criminales. El cromosoma Y se hereda, en los hombres de padre a hijo, lo que hace que siga la línea paterna en la familia, tal y como lo hace el apellido paterno. Además los investigadores disponen de tecnologías capaces de leer patrones específicos en cada cromosoma, digamos que se puede leer el código de barras de cada cromosoma. El resultado es que todos los hombres de una familia concreta comparten un cromosoma Y idéntico con un código de barras idéntico. Si en una población humana identificamos quienes de los hombres comparten cromosomas con el mismo código de barras podemos encontrar a todos los hombres de una familia concreta, aunque pertenezcan a ramas familiares separadas hace siglos. Dicho sea de paso, no todos los hombres del mundo comparten un mismo cromosoma Y, proveniente del primer hombre vivo, o incluso de algún antepasado primate, la razón es que la maquinaria que copia los cromosomas de padres a hijos, de vez en cuando, comete fallos (ver entrada sobre el secreto de la vida). Digamos que cuando se copia el cromosoma Y de padres a hijos la fotocopiadora que copia el código de barras de los cromosomas, a veces, deforma alguna de las líneas del código, creando así uno nuevo.


Las familias identificadas por el cromosoma Y se suelen distribuir en un área geográfica más o menos continua. Digamos que situamos todos los miembros de la familia "Unzua" en un mapa, lo habitual, es que estén distribuidos en una región determinada, por ejemplo, la mayor parte podría localizarse en Andalucía y alguno en Extremadura. Si, en el pasado algún miembro de dicha familia hubiese emigrado a Chile, otros individuos podrían estar localizados cerca de Santiago. Esto es lo observado normalmente y es lo que se esperaba encontrar en el estudio sobre el cromosoma Y llevado a cabo en Oriente, pero lo que se encontró fue muy diferente. En la región hay menos diversidad cromosómica de la habitual, es decir faltan cromosomas. El número de cromosomas Y diferentes de una población depende, sobre todo, del número de individuos en la población, pero en este caso hay muchos menos cromosomas distintos de los esperados para una población con ese número de hombres. Esto se debe a que hay una variante del cromosoma Y que se presenta en una frecuencia inusualmente alta, algo similar a lo que sucede con la frecuencia de Gracías en España, pero mucho más exagerada. Llamemos a este cromosoma Y concreto, cromosoma Y-g. Además, la distribución espacial de este cromosoma Y-g no se restringe, como en los demás casos, a una región concreta sino a una amplia superficie que abarca desde China a Uzbequistán.



Utilizando una técnica estadística conocida como teoría de la coalescencia (sugiero al lector recordar el nombre para poder introducirlo disimuladamente en la próxima cena con amigos) calcularon que el hombre que llevó este cromosoma, por primera vez, en sus espermatozoides debió vivir hace entre 700 y 1300 años. Y además, este hombre debió ser originario de Mongolia porque allí se observa actualmente una mayor frecuencia de dicho cromosoma Y-g. Por cierto, si desea usted saber si es portador del dichoso cromosoma puede acudir a uno de los servicios comerciales que en una semana le solventarán la duda, ¿seré yo también un hijo del gran Gengis?


La genética nos indica que hace unos 1000 años había un señor que paseaba por las estepas de Mongolia cazando yaks y era el único portador del cromosoma Y-g. De algún modo, el individuo se las ingenió para que el 8% de los varones actuales desde China hasta Ubzbequistán sean descendientes suyos. Pero, ¿qué pistas nos ofrece la historia sobre quién podría ser ese individuo? Gengis kan creó en esa época un imperio que se extendía tanto como lo hace el cromosoma Y-g y también se sabe que tuvo numerosos hijos reconocidos y naturales. Además, su ejercito tenía por costumbre matar a bastante gente, especialmente varones, al conquistar un territorio, lo que debió eliminar otros cromosomas Y competidores. A esta situación, en la que una población disminuye rápidamente de tamaño para volver a aumentar al poco tiempo, se le conoce en genética como cuello de botella. En estas circunstancias, según todos los modelos teóricos, unos pocos cromosomas aumentarán espectacularmente en la descendencia, tal y como se observa en el Y-g. De todos modos, aunque todos los indicios apuntan en esta dirección, para confirmar que realmente fue Gengis Kan, y no un lugarteniente suyo, el verdadero padre de la nación habría que hacer un análisis genético a sus restos y esto parece difícil porque nadie sabe donde descansan.


Resumiendo, si quiere usted convertirse en el próximo padre de la población mundial la receta es sencilla. Comience por conquistar el imperio, continúe masacrando a la mayoría de los hombres y provease de suficiente viagra. Este sencillo método tiene resultados garantizados, en 1000 años será reconocido como una gran figura. Eso sí, no meta la pata como Gengis Kan, asegúrese de dejar, al menos, un pelo para esta vez nadie pueda dudar de quien fue el gran estadista.

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domingo, 2 de septiembre de 2007

Caos y azar

Cuando Newton acabó de crear el edificio de la física que obedecen los planetas, las manzanas y los arco iris el cosmos parecía ordenado y predecible. Si la manzana estaba a 2 metros sobre el suelo caería inexorablemente y los planetas seguirían órbitas predecibles hasta el fin del tiempo, el cosmos era una máquina, un mecanismo de relojería perfectamente engrasado. Al menos esta era la teoría, veamos por qué para Newton tres también son multitud y de que va esto del caos y el efecto mariposa.



En 1889 Poincaré se presentó a un concurso en el que se pedía determinar si el Sistema Solar era estable o si, por el contrario, cualquier día uno de los planetas podía salir despedido de su órbita sin más. Utilizando la mecánica newtoniana el gran matemático y físico demostró que el sistema era extraordinariamente caótico, es decir, que no se podía predecir la evolución de los planetas. ¿Cómo es posible que utilizando una física que nos permite lanzar satélites artificiales con portentosa precisión, se llegue a la conclusión de que el cosmos es impredecible? El truco está en las condiciones iniciales, Poincaré demostró que la evolución de los planetas, cuando había más de tres, sólo podría conocerse sí la posición y velocidad de todos ellos en un momento dado eran conocidas con infinita precisión. Poincaré se dio cuenta de que esto implicaba, en la práctica, que el sistema es impredecible porque una variación minúscula en las condiciones iniciales puede llevar a un cambio muy grande en el futuro, esto es, lo que más tarde se conoció, como efecto mariposa. En este ejemplo ya se observan varias de las características típicas de los sistemas caóticos. Primero, el caos no aparece en sistemas gobernados por el azar, sino en sistemas que obedecen leyes estrictas y deterministas. Si sé con precisión absoluta donde están hoy todos los planetas podré calcular dónde estarán el resto de la eternidad, es la incertidumbre en la medida la que ocasiona que el sistema sea impredecible y este error de medición es inevitable. Si nos equivocamos en unos miserables centímetros al determinar la posición de los planetas puede que estemos condenando a Plutón a abandonar el Sistema Solar dentro de 1000 años. El azar, a diferencia del caos, no sigue ley alguna, es completamente arbitrario e impredecible aunque lo conozcamos todo sobre el sistema.



La segunda característica típica de los sistemas caóticos es el número de elementos. El caos sólo aparece cuando hay, al menos, tres planetas y Newton sólo había resuelto las ecuaciones para dos cuerpos (en la wikipedia se puede ver una animación con el movimiento herrático y desordenado de los tres planetas frente a las órbitas elípticas del caso de dos cuerpos). Por cierto, este es el problema que Klaatu resuelve en "The Day the Earth Stood Still" para llamar la atención del científico.



Pero las conclusiones de Poincaré no cuajaron en la imaginación popular y no fue hasta la invención de los computadores que el estudio del caos no tomó la relevancia que hoy en día tiene. Ahora sabemos que no sólo los planetas son caóticos, otros ejemplos más conocidos son el clima, la bolsa, el cerebro o, incluso, el flujo del agua por una tubería. Fue Lorenz, un matemático y físico, quien, en 1960, estudiando un modelo del clima, determinó que por muchos esfuerzos que hiciésemos nunca seríamos capaces de predecir con más de dos o tres días de adelanto cuando va a llover. Para llegar a semejante conclusión introdujo su modelo sobre el movimiento del aire en la atmósfera en una computadora.



En su modelo el estado de la atmósfera en un momento concreto depende del que tuvo en el instante anterior. La simulación comenzaba en el instante cero, con unas condiciones iniciales, y progresaba calculando instantes posteriores de uno en uno. Como en aquel tiempo las computadoras no eran muy rápidas y no sólo de ciencia vive el hombre, cuando se acabó el día Lorenz, que había calculado, digamos, 1000 iteraciones hacia el futuro, imprimió los números que definían el estado de su modelo y se fue a dormir. Cuando volvió al día siguiente introdujo esos números como condiciones iniciales y dejó que el cálculo continuase a partir de la iteración 1001. Por suerte, para él y para el resto de curiosos del mundo, Lorenz era un científico meticuloso y decidió comprobar que la interrupción nocturna no había afectado al resultado así que volvió a correr la simulación desde cero hasta más allá de la iteración 1000 sin interrupción. Hasta la 1000 todo fue bien, los números de ambas simulaciones cuadraban a la perfección, pero más allá del 1000 el asunto se complicó. Al principio los cálculos eran similares aunque no idénticos, pero transcurridas unas cuantas iteraciones más los números del primer y del segundo día no se correspondían en absoluto.


Después de darle muchas vueltas Lorenz encontró la causa. Tras dejar descansar el ordenador durante la noche había introducido como condiciones iniciales los números que había impreso, pero esos números sólo tenían tres decimales mientras que, internamente, el computador funcionaba con 6 decimales. La minúscula diferencia en los números de partida, menor de una parte en 1000, hacía que los cálculos a partir de ese momento no cuadrasen. El matemático se dio cuenta de que esto implicaba que una variación mínima haría que cualquier sistema real fuese impredecible transcurrido un tiempo. Para describir este resultado Lorenz acuño el famoso término efecto mariposa. El aletear de una mariposa en Sebastopol, pequeña variación en las condiciones iniciales, puede causar un huracán en nuestra calle unos días maś tarde. Lo que Lorenz descubrió en 1960 sigue siendo válido hoy en día y esa es la razón de que las predicciones meteorológicas más allá de tres días sean tan imprecisas. Habría que conocer la posición y la velocidad de todas las moléculas de la atmósfera, mariposas incluidas, para poder hacer una predicción definitiva, pero esto, claro está, es imposible.



Pero no quería terminar sin remarcar que en el caos no todo es desorden, es el azar el que guía los sistemas completamente faltos de reglas y leyes. Hay un cierto orden interno en el caos porque, en el fondo, surge cuando se siguen leyes deterministas. Puede que no sepa si dentro de una semana va a llover en mi barrio o no, pero sé que en el próximo diciembre hará frío en Barcelona y calor en Buenos Aires. El caos presenta simetrías y sigue leyes, lo que lo diferencia del puro azar. En un universo completamente impredecible y azaroso la vida no sería posible porque los seres vivos explotan los patrones y las repeticiones para medrar y reproducirse. Este orden inherente al caos toma en muchas ocasiones bellos caminos, pero dada la extensión de esta entrada los fractales y los atractores tendrán que esperar a una próxima entrega.

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